martes, 19 de abril de 2011

Es increible cómo todavía siguen sorprendiéndome los cambios de estación. Siempre me pillan desprevenida. Llega el frío y yo siempre pienso que el otoño va a durar un poquito más y me niego a ponerme el abrigo, pero cuando llega la primavera me admiran las flores por todos los rincones, sí Bruselas es una ciudad verde, y me niego a quitarme el abrigo.

Hemos podido admirar (y algunos podemos seguir disfrutándolos) árboles en flor, cielos azules y temperaturas primaverales (primaveral aquí significa que aunque se superen los veinte grados durante el día por la mañana al salir de casa no se alcanzan los diez, lo que dificulta la elección de la ropa por las mañanas porque nunca sabes si necesitarás una chaqueta o si con un jersey bastará). Pero a mí me cuesta guardar la ropa de invierno, aparcar las bufandas hasta el año que viene y sacar los zapatos de primavera (y eso que muchos belgas ya van por ahí en sandalias).

No sé si será porque se donde yo vengo las diferencias de temperatura entre estaciones no son tan importantes o es que con la edad a una le cuesta más adaptarse a los cambios (sí, ya tengo un año más, otro para la colección). Pero definitivamente me gusta la primavera, a pesar de los estornudos y los chaparrones imprevistos, los días todavía muy fríos seguidos de días que aquí pueden considerarse totalmente veraniegos. Contrastes belgas, a los que poco a poco me voy acostumbrando.

Los cielos azules como el de la foto no son muy habituales por aquí, tampoco lo es poder pasearse sin chaqueta en marzo y se agradece, cuánto se agradece.


M. intenta hacer todo lo que hace el hermano, pero obviamente no siempre puede y pide ayuda, pero su amatxu la mala a veces prefiere sacar una foto con cara de pánico antes de tenderle la mano.